Prácticamente cada día, cumplidas las obligaciones laborales, busco algo de silencio, siento el culo en la silla, despliego la pantalla del ordenador y me mido contra mí mismo, contra la pereza, la desesperación o el aleteo del cansancio. Nadie me obliga a ello. No es exactamente fácil. Prudente, pulso la primera tecla y enfrento lo que sea que soy esa noche contra la nada absoluta. De ese choque quedaba en tiempos un rastro de tinta en el papel. Ahora son bits, creo. Da igual. Nuestro mutuo absorber es mágico. Hablo del folio en blanco.
Muchos artistas lo temen. Existe incluso un llamado “síndrome del folio en blanco”, relacionado con el bloqueo creativo. Yo nunca le tuve miedo. Al revés. Nada me pone más en mi sitio que la necesidad de recomenzar, día a día, sin importar qué hice en el pasado ni cuáles fueron mis grandes logros o fracasos. Es una cura de humildad sencilla. Un espejo. El folio en blanco tiene mucho de la vida.
Hay quien por su personalidad es adicto a la dinamita. Quien necesita volarlo todo cada tiempo para estar en paz, porque la estabilidad lo mata. No es mi caso. Soy curioso pero no caprichoso. No es una obsesión por la novedad lo que me mueve. Es el puro reflejo. Me enfrento alegremente al folio en blanco como me enfrento cada día al hecho de estar vivo, y es mediante la escritura como me hago verdaderamente consciente de ello.
¿Será que vivo para el folio? Uno no se quita nunca las gafas de artista. Aunque acabe enterrado en otra cosa andaré siempre a la busca, como un perro, de la frase que me falta, y siempre falta alguna. Pero voy aprendiendo a manejar esa insatisfacción, igual que aprendo a disfrutar de andar el trayecto a diario, de hacer y deshacer. Caminante no hay camino, se hace camino al andar. Cuántas veces me sorprendo pensando en esa frase. No siempre fui así. En los primeros años de la juventud quería derrotar al folio, tomarlo por asalto. Me sucedía en otros aspectos de la vida: las noches, la música, las esporádicas relaciones… Planteaba la expresión artística como un problema a resolver. Como una fórmula. Me devanaba los sesos durante horas queriendo exprimir el jugo de algo, despejar una ecuación. Y al que exprimía, claro, era a mí. Uno no se vence exactamente a sí mismo. Se moldea, se mejora, se endurece, pero no vence su propia naturaleza; la única tranquilidad posible es aceptarse a uno mismo como compañero de viaje. Y en el folio en blanco uno se conoce, porque hasta que no vuelcas palabras lo que devuelve es el reflejo de una ausencia.
Me siento en la silla una vez más. Bebo un vaso de agua. Da igual quién fui hasta ahora. No me pesa la nostalgia, ni de lo vivido ni de lo escrito. Abro las manos. El mundo es una cosa que se cuenta. El folio en blanco se despliega como una ventana y me inunda con su luz. A ver qué imagen le devuelvo yo esta noche.
FLECHITA PARA ARRIBA
Folio en blanco, en blanco, blanco… Estoy deseando ver la peli que van a hacer de esta Champions. Lo que hemos vivido en las tres eliminatorias del Real Madrid en el Bernabéu es puro material de leyenda, la que se van a tragar nuestros hijos aburridos cuando papá se beba unas cervezas. Imposible explicarlo.
FLECHITA PARA ABAJO
Observo una moda entre futbolistas y cantantes de reggaetón que inevitable va a acabar calando y que no me gusta nada. Se trata del blanqueamiento dental extremo. Ninguna sonrisa es buena si brilla en la oscuridad.
Con todo el lío de Pegasus y el espionaje a los móviles se ha puesto de manifiesto una vez más lo expuesta que está nuestra vida por culpa de la tecnología. Hace años, Sánchez Dragó contaba en un artículo el drama que para él suponía el fin del dinero físico. Significaba que, de cada céntimo que gastase, quedaría un rastro digital que lo siguiera. Uno de Sánchez Dragó espera gastos inconfesables, pero aplicado al ciudadano medio pone sobre la mesa una de las grandes contradicciones de nuestro tiempo: que no tengas nada que ocultar no está reñido con tu derecho a la privacidad.
Me encanta
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